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La actitud de Azaña hacia los militares estuvo dominada por un problema político e histórico que era el de la Monarquía. No le viene de un problema militar puro, el de la función de las instituciones armadas para la defensa de España. El «nunca» azañista a la Monar¬ quía, no obstante, pasaba por el cumplimiento de dos condiciones previas, la quiebra del Ejército permanente y la fundación de un sistema educativo que dejara sin función alguna a las Órdenes religiosas. Será Azaña quien al subrayar la urgencia del coronamiento de ambas condiciones precipite un acercamiento de la Iglesia al Ejército y del Ejército a la Iglesia, que era impensable, por ejemplo, en 1927 y que resultó fatal para el republicanismo. Pero el problema militar para Azaña era sólo el elemento primario de una estrategia de aniquilamiento de la tradición monárquica. Conviene volver sobre el asunto. Sólo se ha escuchado la voz de Azaña. Se han dado por indiscutibles sus explicaciones. Y se ha terminado creyendo que los militares del 18 de julio se vengaron de Azaña para así retornar a una situación similar a la que Azaña encontró en 1931, cuando en realidad de lo que se vengaron era del hecho de haberles implicado en lo político mucho más gravemente aún que los junteros en 1917 y que los incitadores de Primo de Rivera en 1923.