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En la noche sevillana del 4 de junio de 1993, dos días antes de las elecciones generales, Felipe González y Alfonso Guerra se muestran unidos, lanzando claveles a la multitud congregada en el cierre de campaña.
Sin embargo, muchos de los presentes, renovadores o guerristas, saben que están diciendo adiós, y que el quejío flamenco del Lebrijano es el canto fúnebre para un modelo de socialismo que deja de existir.
La sorda batalla entre clanes, familias y barones, desatada con toda su virulencia desde 1991, desgarra al partido que hasta ese momento ha mantenido la mayoría absoluta en el poder, y va adquiriendo ferocidad a medida que se acerca el XXXIII Congreso, cuando se producirá el decisivo cuerpo a cuerpo.