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En el principio de la modernidad fue el simbolismo. Cuanto más nos asomamos al entre-dos-siglos eruopeo, más nos damos cuenta de que ahí empezó dodo, de que en arte, en literatura, en música, en arquitectura, en fotografía, las raíces del siglo XX, de las vanguardias, están en Charles Baudelaire, en Paul Verlaine, en Jules Laforgue, en Pierre Bonnard, en Édouard Vuillard, en Paul Gauguin, en Arnold Böcklin, en Stéphane Mallarmé, en Marcel Proust, en Émile Verhaeren, en Claude Debussy, en Érik Satie, en Alfred Jarry, en Edvard Munch, en Juan Rámon Jiménez, en Antonio Gaudí, y así sucesivamente, y de que luego vendrían, sobre esa base, Pablo Picasso, Juan Gris, Ramón Gómez de la Serna, los compositores de Viena, Constantin Brancusi, Guillaume Apollinaire, y los poetas cubistas, Marcel Duchamp, Picabia, Ezra Pound, T.S. Eliot, Alfred Stieglitz, Giorgio de Chirico, Fernando Pessoa, Salvador Dalí incluso...En el caso que nos ocupa, el de Henri de Toulouse-Lautrec, está claro lo muchísimo que le debe la modernidad, en sus inicios.