

La agenda de los amigos muertos no es un libro común, no es ficción, no es una novela, tampoco es un libro de memorias, ni el cuaderno de bitácora de la historia de una autodestrucción. Es la revisión viva y terrible a un suceso real y cercano, entrañable y fatal, hilado con la emoción aterradora de una madre que repasa la existencia de su hija, enganchada a la heroína desde la adolescencia, y que muere víctima del sida en plena juventud.
En esta historia real, la autora narra el doloroso episodio de la muerte de su hija mayor, precedida de una larga y dramática agonía de diecinueve años atrapada en el mundo de la heroína.
Raquel Heredia se confiesa brutalmente en estas páginas, que no hay que juzgar desde un punto de vista literario, no creo que existiera vocación estética deliberada en este libro de trágica confidencia, de escritura convulsa, sino que es ejemplo de claro testimonio, una forma de ahuyentar los demonios del sufrimiento, de ordenar la memoria directa del dolor en las difíciles relaciones con su hija yonqui, y es, por encima de todo, un gran canto elegíaco a las dificultades del amor.