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Cuando concebí el proyecto de escribir esta novela, no tenía yo aún treinta años. Al terminarla, he pasado los cincuenta.
Para que un proyecto subsista durante tal intervalo, inmenso en la vida del hombre y preñado de acontecimientos y azares, han sido necesarios un espíritu de continuidad y una dedicación al mismo objeto totalmente contrarios a mi naturaleza.
Sólo una razón me parece capaz de explicarlos: este libro tiene que haber sido una necesidad interior, mi forma de verdad. Pero esta verdad no es sólo una biografía disfrazada.
Indudablemente, en Richard Dalleau hay algunos rasgos del autor. Pero muchos de sus héroes los han mostrado anteriormente, a pesar de que en «Fortune Carrée » el personaje esencial es un bastardo Kirghise, y en «Belle de Jour», una mujer. Sucede a veces que el relato de un sueño, la línea de un cuerpo, el recuerdo de un aroma expresa mejor al escritor que cuando éste copia trozos de su existencia.