

En La farisea el autor señala una enfermedad constante en la espiritualidad, la de la hipocresía y la soberbia. Es la parábola del fariseo y el publicano.
El autor hace un retrato de Brigitte Pian, que practica una religiosidad fría y deshumanizada, que juzga a los demás desde la superioridad, ignorando la comprensión y la piedad. Pasa por encima de todos, convencida de estar en posesión de la verdad y de conocer los secretos del corazón humano, apartándose de la verdadera espiritualidad, precipitándose en un abismo en el que Dios está ausente y sólo queda el yo humano. Va tejiendo continuamente, en torno a ella, una "red de perfección".
Pero en el ocaso de su vida, Brigitte Pian, descubre, finalmente que no era necesario parecerse a un servidor orgulloso, preocupado de pagar al patrono su deuda hasta el último céntimo, y que Dios no espera que seamos contables de nuestros méritos. Ella aprendió que lo importante es amar. Llega para ella la redención a través del amor humano, el amor de un hombre mayor, situación ridícula para los demás, pero que la lleva a la comprensión de las debilidades humanas. Descubre que "no importa tener méritos, sino amar". Es una reflexión a tener en cuenta.
Está narrada en primera persona por un niño, después adolescente, Louis Pian, hijastro de Brigitte. A veces hay relatos en tercera persona, pero siempre bajo el punto de vista de Louis.