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Una obra en la que el autor describe la red de conveniencias en que se ven implicados los hombres del poder.
Un desocupado y reconocido pintor recorre la campiña con su coche cuando descubre un aislado, silencioso y ascético caserón, un hotel edificado por un tal padre Gaetano en torno a una ermita, y decide hospedarse allí unos días. Precisamente se albergan también en el hotel, o se les espera en breve, un grupo de mujeres y algunos jerarcas de la política, de la industria, de la banca, la prensa y la Iglesia para meditar, a la manera de esos ejercicios espirituales a los que san Ignacio de Loyola definía como «el todo modo… para hallar la voluntad divina». Pero en ese ambiente pacífico se produce de pronto un asesinato: mientras rezan el rosario, un ex senador muere de un disparo. Evidentemente, se impone llamar a la policía.
Cada una de las obras de Leonardo Sciascia ha sido presentada en su momento como una radiografía de realismo extremado acerca de las convulsiones que sacudían su país en horas de agitación política concreta. Como por una penosa fatalidad, ya se encontrase amenazada Italia por dolencias endémicas procedentes de la Historia, como el fascismo, o por crudos desmanes del presente, a propósito del terrorismo de las Brigadas Rojas, de la finura de las tesis de Berlinguer y Aldo Moro, o de las alternativas propuestas por el Partido Radical, el trabajo de Sciascia aparecía como sinónimo de un testimonio lúcido aunque, en su delgadez, en la angostura de sus puntuales volúmenes, descarnado, desprovisto de gracia, temible por su autenticidad. El problema, como repetía Leonardo Sciascia al aludir a la Inquisición o a la mafia, es que tales metáforas, las que alimentan Todo modo fueran «historias pasadas».