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Los pensadores de ía vieja Grecia, racionalistas e idealistas a ultranza y descubridores de las esencias, diferenciaban entre los "misterios" sacros, por naturaleza inescrutables, de los "enigmas" físicos susceptibles de resolución. Para ellos la criatura humana, el hombre, racional por definición, se constituía en el enigma por excelencia. El hombre que llegara a conocerse a sí mismo, encontraría la llave que le daría entrada en el palacio de su meta utópica: la Sabiduría.
El "hombre ingenuo" es una entelequia surgida entre esos hombres. Postula que cada criatura humana nace "completa" y, en consecuencia, "sabia". En su embrión está contenido en potencia todo el saber. Ocurre que al entrar a formar parte de la cadena de la vida, al quedar sumergida en una sociedad imperfecta, su naturaleza esencial se contamina. De inmediato el olvido hace presa en ella y la impronta de ignorancia. Si se pudiera aislar a un recién nacido del efecto contaminador y mantenerlo apartado de él, en él se manifestaría el prototipo humano.
De ahí arranca La fábula del hombre ingenuo, el relato que nos ofrece Liberta Bassas. Lo sitúa en un lugar impreciso de la antigua Grecia -¿por qué no en la culta Atenas?-, en donde un grupo de estudiosos encuentra un muchacho en estado poco menos que salvaje, en el que creen descubrir la inhallable cualidad de la "ingenuidad". Se imponen la misión de educarlo sin menoscabársela. Los resultados a que llegan son de lo más sorprendente.
¿Era el niño Gritón el "hombre ingenuo"? Al lector corresponde decidirlo.