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A través de encargados y criados, mozas y gañanes, corrillos y filandones, nos vamos enterando de la vida y milagros de algunas de las familias más pudientes y nombradas de la capital, y otras del propio entorno berciano que, a lo largo de cien años, por temporadas, vivieron en La Casona (Congosto). Los Cansecos y Chicarros, Arriolas e Insunzas, Alstatds y Moranos, desfilan por la imaginación, la simpatía o la antipatía de quienes les sirvieron, y día a día les fueron sacando las puntadas.
Los protagonistas de esta historia, son aquéllos que pasaron por insignificantes y olvidados. Por simples razones de justicia, he querido prestarles la palabra a los que nunca la tuvieron. Ellos nos van a detallar el quehacer diario de una pequeña villa, la patria chica de Álvaro de Mendaña y Neyra, cuna de viejos y numerosos hidalgos, venidos después a pobres villanos, sirvientes de señores, pero despiertos y, en ocasiones, capaces de subversión ante los poderes establecidos: los señores, el clero, la autoridad represiva.
Pesan en la historia los años de las guerras de ultramar, Cuba, Filipinas y África; pero el verdadero peso del relato lo soportan la terrible Guerra Civil española, y una triste y larga postguerra.
No le faltan ni alegría ni chispa a esta novela. Es la alegría y la chispa del pueblo que es capaz de reírse, con palabras hermosas y sonoras como cantos rodados, de su propia mala sombra, y poniendo al mal tiempo buena cara. Que conste que fueron ellos, pasando recientemente por El Corralón vacío donde discurría parte importante de su vida, los que en un susurro suplicante, las voces del silencio, me pidieron que la contara, “porque no queremos que nuestros nombres se borren de la memoria”, creí entender. ¡Ojalá este relato esté a la altura y satisfaga sus humildes exigencias y las tuyas, lector amigo!.