
Dese hace tiempo, en desapercibidos encuentros con gentes maravillosas que no se preocupan de figurar en ninguna orla de laurel, vengo descubriendo que la pertinaz sequía no es nada, que los que se empeñan en darnos órdenes se están quedando afónicos y que la gramilla más humilde, a pesar del erial, sigue despuntando por azar como los tiempos de los emperadores persas, ¿será que aún rebosa esperanza el hatillo de casualidades que llevamos al hombro?