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En esta obra póstuma, escrita en su mayoría ya en la cárcel, el amor ausente, el presagio de la muerte y la nostalgia de los suyos son tratados en un tono íntimo. Cuando Josefina Manresa, su mujer, le cuenta que sólo tiene para comer pan y cebolla, escribe para su hijo la nana más triste: «En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba», que acaba con un estremecedor consejo de quien ido derrotado: «No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre».