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Nunca pueden afectarnos más la crueldad, los desafueros, el sarcasmo, la estupidez o el simple ridículo que cuando todo esto se produce en un paréntesis oficialmente reservado para el amor, la paz y los buenos sentimientos universales.
El horror alcanza entonces una dimensión casi mística. Los villancicos, la nostalgia y el cariño familiar, aquel ámbito dorado donde tan felices nos las prometimos un día, se convierten de súbito en antesala del averno.