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La fatalidad me visita todas las noches. Transfigurada en un individuo idéntico a mí, se sienta a los pies de mi lecho de cartón y trastorna mi mente con los sones de una flauta fabricada con la tibia de un ahorcado.
De nada me sirve entonces tapar los oídos, cerrar los ojos o salir corriendo, calle abajo, como un orate andrajoso, detrás del último camión de la basura. La fatalidad también es mi sombra y la sombra de mis actos.